Salgo a pescar de madrugada y regreso temprano, no me ve nadie.
Hoy he vuelto a pescar aguja, son fáciles de engañar, no notan el sabor del veneno, tampoco nuestros comensales lo notan, les encantan los churros de pescado y ¡quién va a sospechar de las hermanas del Cristo Redentor dando de comer en el comedor social! pescar no me gusta, será porque mi padre me obligaba a acompañarle a faenar todas las mañanas de mi infancia.
Nos tienen organizadas en unidades, este año pertenezco a la unidad de los pobres. Vamos rotando, el año pasado estuve en la unidad de los pervertidos, me calzaba los tacones de aguja, me embutía en un mini-vestido rojo y me iba a mi esquina, tenemos preservativos infectados de VIH. Me gustaba follarme a los clientes, tuve algún que otro cliente conocido, el obispo Vicente, sin ir más lejos, que en paz descanse. Ellos no nos reconocen, somos de clausura.
No se si hacemos bien pero la Madre María Estrella dice que nuestra misión es salvar al mundo, hay superpoblación y tenemos que acabar con las personas ‘non gratas’. Si nos da remordimiento nos ponemos un cilicio como penitencia, yo me he ‘enganchado’ a él, me encanta el dolor de las agujas pinchándome.
La hermana Olga estudió Bellas Artes antes de entrar en el convento, le han abierto un estudio de tatuajes, hace maravillas con la aguja. Mientras decora la piel de sus clientes les va sonsacando a qué se dedican, tiene clientes de la peor calaña: jueces, alcaldes, políticos, lo peor, a esos no les hacemos nada porque se acaban destruyendo entre ellos. La semana pasada fue a tatuarse el Doctor Pérez-Hufarte, precisamente el que me operó a mí del cambio de sexo, al pobrecito le tatuó con cianuro, con los de la sanidad no podemos tener piedad, nos los tenemos que cargar.
La unidad de los enfermos y los ancianos tampoco está mal, cargar la jeringuilla con el líquido terminal, desinfectar la aguja y pincharles la muerte en vena. Pero solo matamos a los que quieren vivir. Si algún enfermo o viejo quiere morir entonces no podemos ayudarles. Llevo un mes en esta unidad, hay un hombre de 60 años que se ha quedado tetrapléjico, quiere morir, pero no puede, me ha pedido que le ayude, pero no puedo, debo dejarle vivir, probablemente muera de pena dentro de unos meses o quizá un par de años, pero no puedo ayudarle a terminar su calvario, pobrecito Miguel, no debería darme pena, esta noche hago penitencia.
Un pez aguja viene hacia mí con la boca abierta, estoy debajo del agua y me ahogo, veo los zapatos de tacón de aguja de mi madre que se alejan, grito: ¡mamáaaaa!, la hermana Olga me está tatuando una jeringuilla en el muslo, la aguja de un tocadiscos da vueltas y se oye ‘I will survive’, mi abuela teje, se clava una aguja en un ojo, abre la boca y sale el Doctor Pérez-Hufarte con el escalpelo en una mano y mi pene en la otra riéndose. Me despierto sudando. El muslo me sangra, me quito el cilicio, apago la radio.
Buenos días Miguel, ¿qué tal ha dormido?, no me contesta, le cae una lágrima. No me ve nadie, le inyecto la muerte, me mira, sonríe y le vuelvo a decir: Buenos días Miguel, hoy sí que van a ser buenos. Buenos días, el mejor de mi vida, me contesta y cierra los ojos.