Ya puedo morir. Ahora sí. Me asomo al precipicio, el mar está revuelto. La decisión está tomada. Soy libre, esta sensación de libertad me inquieta, respiro hondo, me tranquilizo, pienso en cómo me sentía hace justo un año:
<<¡Lo he conseguido! he seguido con éxito el camino hacia la luz, ese camino tortuoso hacia el despacho con ventana. Mujer, 43 años, 19 años en la multinacional.
Al acabar la carrera empiezo como becaria en el área de marketing, mucho trabajo, ganas de aprender, constancia y mucha confianza en mí misma en un entorno hipócrita, machista y salvajemente agresivo. Voy haciendo cajas, trasladando mis cosas de una mesa a otra, cada vez más cerca de la ventana, cajas en las que todo sobresale: el tarjetero, la agenda, la foto de mis gatos, la calculadora financiera, cuadernos de notas, el planning anual, la regla, el abrecartas, manuales de procedimientos, apuntes, diplomas, el plumier, el tippex, la grapadora… casi no se me ve la cara de felicidad detrás de tanto trasto, camino estirada a mi nuevo puesto de trabajo entre los pasillos mirando de reojo al resto de compañeros que voy dejando atrás. 15 años y ¡por fín! Directora de Comunicación hasta que alguien lanza un bulo sobre nuestro producto estrella y su (falsa) relación con el cáncer y se monta un revuelo monumental en las redes sociales, no entiendo cómo la gente se deja manipular por las noticias sensacionalistas, pero es así, nadie comprueba nada y la manipulación mediática es brutal, los fakes más disparatados son compartidos y likeados sin ton ni son. Para cuando lo podemos frenar el daño ha sido muy grande, las ventas han bajado, la cuenta de resultados ha quedado muy tocada y tenemos que reducir plantilla, me cae gran parte de la responsabilidad, no valoran que precisamente se pudo parar gracias al trabajo de mi equipo, ahora sí que soy una experta en bulos, nunca hubiera pensado que una empresa de la competencia pudiera llegar a jugar tan sucio. En estos años he tenido al enemigo dentro, muchas veces, y he peleado bien, pero esta vez me ha pillado por sorpresa. A palos se aprende, como siempre. Las consecuencias han sido desastrosas, para mi compañía y para mí: apenas duermo, apenas como, se me han quitado las ganas de todo, me señalan con el dedo. Me destituyen, y me echan a la calle, estoy segura de que al que nombran ahora para cubrir mi puesto no podría haber lidiado ni con la mitad de la presión a la que he estado sometida ni, menos aún, dirigir al equipo en esas condiciones. La decisión está tomada por el Comité de Dirección, no hay marcha atrás. Ya no tengo fuerzas ni para escribir un mail de despedida. Dignamente pido la caja al economato y la monto ¡qué antigua soy! no me hace falta: está todo entre el portátil, la tablet y el teléfono móvil. Traslado mis ficheros personales a la nube, meto en el bolso la foto de mis gatos, ya fallecidos (el tiempo pasa para todos) y salgo sin un parapeto que me ayude a tapar mi cara de rabia, impotencia y sí, tristeza, estoy sumida en la más absoluta miseria, tengo una pena en el alma que no me deja respirar, quiero desaparecer del planeta.>>
Una ráfaga de viento me devuelve al presente, un año hace ya de estar al borde de ese precipicio imaginario, aterrada, y aquí estoy, en el borde de la cima de una montaña real y sin miedo ¡qué incongruencia!
Los primeros meses fueron los peores, la terapia con mi psicóloga (a la que me resistí a ir al principio, por cierto) me ayudó mucho y decido hacer lo que siempre he soñado, no puedo dejar este mundo sin hacerlo o, al menos, sin haberlo intentado.
Miro hacia atrás y me alegro, ahora, de que salieran así las cosas, nunca hubiera pedido voluntariamente un año para mí, para reorientarme, mi escala de valores ha cambiado, veo las cosas de otra manera. Observo el horizonte, nubes altas, me parece ver una con forma de gato, demasiada imaginación igual, pero yo lo veo, mis gatos en el cielo, sonrío, pronto estaré con vosotros ahí arriba. Tengo que aprovechar, en unos meses empiezo un nuevo proyecto.
Escucho la voz de mi instructor:
—¿Preparada? El viento se ha enfrentado y tienes ahora una racha buena ¡CORRE!
Y corro, corro, corro, corro y miro hacia adelante, y el ala delta me levanta y ¡vuelo! Sí ¡Vuelooooo! Oigo a mi instructor por radio:
—Muy bien, cambia las manos a la barra y relájate.